El general Videla, el almirante Massera y el brigadier Agosti, representantes de las tres armas en la Junta Militar, habían comenzado los aprestos militares para una guerra contra Chile, decididos a la no aceptación del laudo de la Corona británica a raíz del conflicto de propiedad de las islas del Beagle que había favorecido a Chile. Se diseñó un plan de ocupación de las islas y un triple ataque por tierra para “cortar” a Chile, por lo que se distribuyeron las fuerzas militares, creando un nuevo Cuerpo de Ejército, el IV. Se compraron armamentos por valor de tres mil millones de dólares. Y se utilizó el victorioso Mundial de Fútbol de 1978 como preparación psicológica de las masas.
La cúpula nadaba en dólares, producidos por las coimas y negociados en la compra de armas a alemanes, franceses e israelíes. Comenzaron los viajes de las misiones militares a la Unión Soviética y de oficiales soviéticos a nuestro país. Se articuló un eje estratégico con los gobiernos de Bolivia y de Perú (tentados con la recuperación de los territorios ocupados por Chile en la Guerra del Salitre), y se hicieron enormes concesiones —sobre la cota de la represa de Itaipú y el tránsito de camiones brasileros hacia Chile— para tratar de neutralizar a Brasil.
Pero el “operativo Beagle” no prosperó, por primera vez el pueblo se movilizó masivamente por la paz. Un golpe militar colocó en posición neutral a Bolivia; luego Brasil, poco antes del día D, movilizó sus tanques hacia las fronteras realizando un movimiento decisivo, ya que puso a la Argentina ante la posibilidad de sostener una guerra en dos frentes. El Jornal do Brasil del 6 de octubre de 1978 tituló su editorial “Juego peligroso”, en una abierta advertencia a la cúpula militar argentina.
Pero la suerte parecía echada y el partido belicista estaba a punto de salirse con la suya: “El día D se fijó para el miércoles 20 de diciembre de 1978. Esa noche una feroz tormenta cayó sobre la zona donde estallaría la guerra. La evitó. Mar agitado, borrascas, lluvias feroces impidieron a los infantes de marina navegar en sus lanchas de desembarco hacia las islas y tampoco permitieron el accionar de los buzos tácticos de la Armada. Los helicópteros artillados que ocupaban la cubierta del portaaviones 25 de Mayo tampoco pudieron despegar [...] El nuevo día D se fijó para el viernes 22.
"Cinco días antes del primer día D, el viernes 15, Videla, seguramente celoso por el protagonismo que tomaría su rival político, Massera, le confió al nuncio apostólico en Argentina, Pío Laghi que había firmado el decreto para que fuerzas militares ocuparan las islas del litigio. En labios del presidente argentino esa información era casi un pedido de auxilio a Pío Laghi para que apresurara su gestión ante el Papa [...] De hecho, ese viernes 15 de diciembre Pío Laghi envió al Vaticano un cable, cargado de dramatismo, en el que pedía la inmediata intervención de la Santa Sede en el conflicto. Laghi actuaba entonces en tándem con el embajador de Estados Unidos, Raúl Castro, interesado también en evitar la guerra entre dos países aliados”.
UNA MEDIACIÓN PROVIDENCIAL
El papa Juan Pablo II designó en forma urgente el 24 de diciembre de 1978 al cardenal Antonio Samoré para que mediara entre dos países católicos, como Argentina y Chile, pero gobernados por feroces dictaduras. Su frase “Veo una lucecita de esperanza al final del túnel” abrió un prudente optimismo en la inmensa mayoría ciudadana de ambos países, hermanados por tantas circunstancias históricas, que estaba en contra del estallido bélico.
Samoré debió enfrentar complicaciones de ambas partes: Chile consideró vigente el laudo británico y proclamó por ley que el mar entre las islas eran aguas interiores chilenas. Por su parte los negociadores argentinos extendieron sus reclamos a temas no considerados en el dictamen británico, como la regulación del tránsito por el estrecho de Magallanes. Otro inconveniente fue que cada una de las armas integrantes de la Junta Militar sostenía propuestas y rechazos independientes de las otras, evidenciando las internas en la conducción del Proceso.
Después de intensas negociaciones conducidas sutilmente por el delegado papal, ambas naciones aceptaron en diciembre de 1980 la propuesta de paz y amistad del Papa, que debió esperar hasta 1984 para ser finalmente refrendada.
BUENOS PARA REPRIMIR, MALOS PARA COMBATIR
La paz del Beagle, firmada en el Vaticano, no aplacó el espíritu bélico de la dictadura argentina, que veía en la guerra una salida hacia adelante de la creciente crisis económica, social y política que había debilitado tanto su basamento que hasta debió soportar una huelga general de los sindicatos, acompañada por una muy concurrida concentración bajo la consigna “Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura militar”.
Fue entonces la hora de la insensata invasión a las islas Malvinas. El general Benjamín Menéndez fue el jefe de la incursión.
“—¿Fue lógico, descabellado, bien o mal planificado...?
”—Hay una imprevisión, hay una falla de apreciación cuando se plantean los supuestos. Esos supuestos son: Inglaterra está comprometida con la OTAN y con su situación política interna. A Inglaterra le cuesta mucho dinero sostener Malvinas y van a querer sacárselas de encima. En ese planteo actuaron nuestros expertos diplomáticos en política exterior. Cuando recrudece el conflicto en Georgias, el entonces canciller Costa Méndez plantea la recuperación de Malvinas para mantener el factor sorpresa y la acción incruenta. Hubo un apuro muy grande. Eso conllevaba problemas de equipamiento militar estratégico. Los planes eran solo para la ocupación y cinco días más. El resto no estaba preparado, no estaba estudiado.
”—El hecho es que Argentina, que quería negociar, va a una guerra que no deseaba.
Imagen de Alamy extraída de internet |
Extraída del libro Breve historia Argentina de la conquista a los Kirchner.
Pacho O’Donnell.
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