miércoles, 15 de mayo de 2019

Continuación (imaginaria) de Casa Tomada


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A la fin del cuento de Julio Cortazar, "Casa Tomada", hemos imaginado lo que occurió a los hermanos a continuación.
Aquí están dos versiones :

Continuación de la Casa Tomada

El tiempo de recoger bastante dinero del banco, los primeros días los hermanos vivieron en un hotel malo ayudando a sus sufrimientos. Por fin y por suerte, encontraron un piso simpático, además muy bien amueblado y de alquiler razonable.
Al inicio, de noche oyeron ruidos pero no pudieron saber de dónde venían. Pensaron en algunos borrachones errando por la calle.
Aunque el apartamento fuera bastante grande, decidieron ocupar sólo la parte más cerca de la entrada. Un pasillo largo conducía a las habitaciones del fondo, separado por una puerta en su medio.
Durante el día el apartamento era muy tranquilo. Irene había vuelto a tejer mientras su hermano leía nuevos libros franceses, a veces echándose vistazos de felicidad, una felicidad hallada. Sin embargo de noche había siempre esos ruidos en la calle cada vez más aterradores pero por la mañana todo se volvía muy tranquilo.
Después de cinco o seis días a las seis de la mañana empezaron los ruidos pero esta vez sonaban de otra forma. Eran muy cerca y sonaban como golpes. Los hermanos se reunieron y se recogieron en la oscuridad, invadidos por el miedo. Así se quedaron un rato en el pasillo y de repente la puerta de la entrada se rompió, unos rayos de luz aparecieron saltando en el piso en el mismo tiempo que resonaron griteríos inaudibles. Cerraron los ojos. Era la confusión total. No se entendía nada. Pues después de un ratito sintieron sus brazos y sus manos tomados. Por fin la luz llegó entonces comprendieron la situación. Estaban encerrados por la policía, las esposas en las manos.

La policía había encontrado una gran cantidad de droga en la casa tomada y estaban acusados de tráfico.

Bruno

Casa Tomada
Epílogo imaginario

Eran las once de la noche. No sabían adónde ir, todo estaba cerrado. La calle estaba desierta y ninguna luz brillaba en las ventanas de los edificios. Unas ráfagas de viento los hicieron arrepentirse de haber dejado sus chalecos en la casa. Pero, era demasiado tarde.
Caminaron juntos en la dirección de la Plaza de Armas. No sabían cual lejos estaba, pero había rumores y algunos destellos que nos atrajeron, tanto per saber que ocurría como para encontrar a alguien. Después de más o menos cuarenta y tres minutos de caminata rápida llegamos a una pequeña plaza iluminada con muchos coches y furgones de policía con sus luces azules intermitentes. Antes de que pudiéramos hacer o decir algo un policía nos interpeló violentamente: “¿No saben que hay toque de queda? Nadie puede estar en la calle a esta hora. ¡Manos arriba, y se den la vuelta hasta la pared! Dos otros policías llegaron corriendo,  los esposaron y los empujaron en un furgón que le condujo a la cárcel central.
A lo mejor pudieran charlar con otros presos, sino tejer o leer libros franceses …

Juan

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