A la fin del cuento de Julio Cortazar, "Casa Tomada", hemos imaginado lo que occurió a los hermanos a continuación.
Continuación de la Casa Tomada
El tiempo de recoger bastante dinero del banco, los
primeros días los hermanos vivieron en un hotel malo ayudando a sus
sufrimientos. Por fin y por suerte, encontraron un piso simpático, además muy
bien amueblado y de alquiler razonable.
Al inicio, de noche oyeron ruidos pero no pudieron saber
de dónde venían. Pensaron en algunos borrachones errando por la calle.
Aunque el apartamento fuera bastante grande, decidieron
ocupar sólo la parte más cerca de la entrada. Un pasillo largo conducía a las
habitaciones del fondo, separado por una puerta en su medio.
Durante el día el apartamento era muy tranquilo. Irene
había vuelto a tejer mientras su hermano leía nuevos libros franceses, a veces echándose
vistazos de felicidad, una felicidad hallada. Sin embargo de noche había
siempre esos ruidos en la calle cada vez más aterradores pero por la mañana
todo se volvía muy tranquilo.
Después de cinco o seis días a las seis de la mañana
empezaron los ruidos pero esta vez sonaban de otra forma. Eran muy cerca y
sonaban como golpes. Los hermanos se reunieron y se recogieron en la oscuridad,
invadidos por el miedo. Así se quedaron un rato en el pasillo y de repente la
puerta de la entrada se rompió, unos rayos de luz aparecieron saltando en el
piso en el mismo tiempo que resonaron griteríos inaudibles. Cerraron los ojos.
Era la confusión total. No se entendía nada. Pues después de un ratito
sintieron sus brazos y sus manos tomados. Por fin la luz llegó entonces
comprendieron la situación. Estaban encerrados por la policía, las esposas en
las manos.
Bruno
Casa Tomada
Epílogo imaginario
Eran las once de
la noche. No sabían adónde ir, todo estaba cerrado. La calle estaba desierta y
ninguna luz brillaba en las ventanas de los edificios. Unas ráfagas de viento los
hicieron arrepentirse de haber dejado sus chalecos en la casa. Pero, era
demasiado tarde.
Caminaron juntos
en la dirección de la Plaza de Armas. No sabían cual lejos estaba, pero había rumores
y algunos destellos que nos atrajeron, tanto per saber que ocurría como para
encontrar a alguien. Después de más o menos cuarenta y tres minutos de caminata
rápida llegamos a una pequeña plaza iluminada con muchos coches y furgones de policía
con sus luces azules intermitentes. Antes de que pudiéramos hacer o decir algo
un policía nos interpeló violentamente: “¿No saben que hay toque de queda?
Nadie puede estar en la calle a esta hora. ¡Manos arriba, y se den la vuelta
hasta la pared! Dos otros policías llegaron corriendo, los esposaron y los empujaron en un furgón que
le condujo a la cárcel central.
A lo mejor
pudieran charlar con otros presos, sino tejer o leer libros franceses …
Juan
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