Pero desde hace cinco meses había reaparecido una rutina aburrida:
levantarse, comer, beber, dormir. También la fuente de la imaginación era
confinada. El gobierno hizo obligatorio el uso de la mascarilla en las calles
en las que mucha gente escupía a todos los vientos. Por esta razón los ánimos
se caldeaban pronto.
Entonces Magdalena,
mi esposa, inició coser mascarillas de protección facial. Subió al ático para
buscar su vieja máquina de costura Singer, pues se instaló.
Coma era la primera
vez que tenía que hacer un tal trabajo, buscó patrones por Internet. Aquí tuvo
muchas opciones entre los modelos propuestos por:
-
El
Ministerio de la Salud.
-
El
hospital de La Merced.
-
La
Municipalidad de Venecia.
-
Un club
de buceo de Niza.
-
El
sindicato patronal del burka.
-
Una
asociación de aficionados de Zorro.
-
La Compañía
nacional de gas.
Después de vacilar,
Magdalena optó finalmente por dos modelos de mascarillas: un de calavera y un
otro de lucha libre.
JJ Pellegrin
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