Mucho antes del amanecer, el niño se ha despertado. De un salto ha ido hasta la ventana.
Es muy chiquitín, apenas consigue alcanzar el umbral,
pero estira el cuello y ve afuera. Todavía el cielo está oscuro y no se puede
observar nada. Es la primavera, cuando los días van creciendo; se nota un leve
soplo.
Ayer su madre le dijo que faltaban diez días, diez
chocolates con rosquilla y contaron sobre sus deditos uno, dos, tres, cuatro,
cinco en una mano, y otros cinco en la otra. Sin embargo, él no se lo puede
creer y trata de asomarse a la ventana. ¡va a ser hoy día! ¡seguro!
Cada día se porta bien, su madre le dice que es un buen chico, pero que tiene que
esperar…
Tarda delante de la ventana, hasta que su madre
llegue.
- Otra vez te has levantado temprano, ¡eso no puede
ser!
- ¿Mami, podría ser mejor desde el parque?
- Si quieres, lo podemos verificar, en ruta para la
escuela.
- Dime Mami, ¿cuántos dedos quedan?
Cinco, cuatro, tres, dos, sabe el niño que va a
ocurrir muy pronto; ahora pasa el día en el jardín.
Desde ahí, se ve muy bien el mar y su horizonte. El
mar puro está en calma, el niño permanece quieto, tenso e inmóvil hasta que
distingue un punto negro.
Entonces el niño da saltos de alegría ¡Ya viene, ya
viene!
Poco a poco, el punto se hace elipse, es el arco elegante
de una vela hinchada por el viento del mar.
¡Ya viene, ya viene Mira Mami, está aquí!
Un arco más pequeño, lo mismo de elegante, se distingue ahora; es la segunda vela. Los dos arcos se destacan muy bien en el cielo ahora que se levanta la luminosidad.
El barco ha navegado por todos los mares y lentamente vuelve
a su puerto, a su concha. Antes de atracar en el muelle, da vueltas para que
todos lo vean, para apoderarse de su propio espacio, se enrosca como si fuera
un caracol. Ha vuelto a casa.
Impresionado y maravillado el niño lo admira; de pie y
sonriente el capitán saluda y escudriña. El niño grita ¡papá!
Juanita
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