Érase una vez un pedacito de cobre. Vivía muy feliz escondido en la tierra con sus compañeros de cobre. No había pedido nada a nadie. Esa felicidad podría haber durado tanto como la tierra, pero, un día, hubo un ruido tremendo que hizo temblar hasta el corazón de la tierra... Hombres, hombres habían llegado y hacían rugir los motores de sus máquinas que se tragaban toda la tierra y conservaban solo el cobre. El pequeñito trozo de cobre hizo todo lo posible para escapar, pero ¡imposible! Rápido, fue cargado en un camión rumbo al mar y, poco después en un barco que cruzó el charco y lo llevó muy lejos de su tierra natal. ¡Pobre cobrecito! ¡Se mareó mucho en ese viaje! Finalmente, el barco se paró, el ruido de los motores se calló: había llegado a su destino.
De nuevo fue cargado en un camión y llevado a un taller
donde lo descargaron. Pensaba que todo se había acabado, pero ¡No! Lo
mesclaron, con sus compañeros cobre, con estaño y lo pusieron en un horno muy
caliente alimentado con carbón vegetal. ¡Mama mía, que calor! después de horas
en este calor, salió del horno. Se sentía un poco extraño, sin saber
exactamente por qué: ¡se había transformado en bronce! Sin que tuviera tiempo
para reflexionar, el bronce líquido fue vertido en un molde muy amplio. Cuando
todo se enfrió, le quitaron el armazón de yeso, y se pudo mirar: ¡Qué
elegancia! Se había convertido en una estructura extraña que tenía una espiral
vertical y una larga cola saliendo de lo más alto de la espiral y bajando hacia
el suelo en un vasto círculo transmitiendo una sensación de diálogo continuo y
fluido entre los elementos del aire, el hierro y la tierra.
Para que la gente pueda disfrutar de esta estructura y
para la Exposición Internacional de Esculturas en la Calle de 1994, la pusieron en una gran plaza cerca del
mar, La Plaza de Europa de Santa Cruz de Tenerife. Al bronce le gustaba mucho
esta situación: podía disfrutar del olor del mar, de la vista de los
transeúntes, de los juegos de los niños entre sus colonas y los de los mayores
que intentaban subir hasta lo más alto de su cola. Pensaba que podría disfrutar
de eso toda su vida. Los días podrían haber transcurrido como él quería, pero,
en 2009, ocurrió un hecho increíble: el ayuntamiento sin decir nada a nadie
amputó la estructura de toda su cola, y eso para evitar caídas en los carnavales.
¡Qué tristeza sintió el pequeñito trozo de cobre! Sólo le quedaba el olor del
mar, no había más juegos a su alrededor y los transeúntes ya no lo miraban.
Esa amputación hizo
mucho ruido en toda la comunidad de los amantes del arte, hubo muchos
intercambios entre el ayuntamiento y el artista, hasta que Chirino presentó un
recurso ante los tribunales. El ayuntamiento comentaba que, con el regalo de la
obra por el artista, hubo transferencia de propiedad y que podía hacer con ella
lo que quisiera. Había olvidado que existía algo llamado la propiedad
intelectual y que “cuando uno compra una obra de arte no compra la obra de
arte, sino la posesión de la misma. El arte es propiedad de la humanidad y de
la historia de las civilizaciones.”. Además, la posesión implica la
responsabilidad de su cuidado y conservación. Finalmente, en septiembre de 2012
repararon toda la estructura, añadiendo una nueva cola hecha de piezas
ensambladas. Y de nuevo, nuestro pequeñito trozo de cobre, aunque no tan hermoso
como antes de su mutilación, fue capaz de disfrutar de la mirada de los
transeúntes... pero, no de los juegos de los niños: le habían rodeado con una
valla para impedir que los jóvenes se acercaran. ¡Qué pena! El pobrecito cobre
esperaba que, con el tiempo, todo se volviera al orden y que la valla fuera
quitada para que pudiera, por fin, disfrutar como antes de los juegos de los
jóvenes.
Lo que ocurrió finalmente, y así pudo disfrutar de su
vida sin que nada lo detuviera.
Danièle
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